Partiremos de la idea que la
adolescencia es una travesía poblada de duelos y elaboraciones que transcurre
más amigablemente cuando es acompañada por los Otros significativos y las
instituciones que la albergan.
Los cambios corporales implican una
mutación cualitativa, más allá del crecimiento, con la aparición de
características que antes no existían.
Pubertad es un término que frecuentemente
se asocia a adolescencia, sin embargo no se superponen.
Etimológicamente pubertad refiere al
vello púbico. Adolescencia en cambio proviene de una etimología más discutida,
deriva del verbo adolescere, en su
forma de participio presente, que implica “que
está creciendo”, alude al proceso de crecimiento.
Freud, acentúa en la primera el peso
de lo libidinal y en la segunda un carácter de respuesta ante los nuevos
avatares pulsionales.
Las modificaciones puberales están
relacionadas con los cambios hormonales, que producen mutaciones en el cuerpo
que se subjetivan de un modo particular.
El
cuerpo que crece en forma desproporcionada, la voz que cambia y desentona, la torpeza
en los movimientos, el pene que eyacula sin permiso, los dolores de la menarca,
los pechos que crecen y se vuelven seductores a la mirada de los semejantes, dan
cuenta de la pérdida de aquel cuerpo liso, imberbe, armónico, predominantemente
bisexuado, de voz aniñada, “casi” igual al del otro sexo, salvo por la presencia
o ausencia de un pene que sin embargo no podía eyacular.
Los
cambios corporales trastocan lo imaginario produciendo un efecto de cuerpo
fragmentado, donde falla la anticipación de la imagen, que en el Estadio del Espejo
funciona como constituyente del sujeto. Algo pasa en el cuerpo que no coincide
con la imaginarización que se tiene de él.
Es
del cuerpo infantil entre otras cuestiones que el joven tiene que hacer el
duelo, hay algo que antes no había, no es el mismo cuerpo, no es la misma voz.
Se inaugura un nuevo dominio del goce: el goce del cuerpo para Otro.
Se
trata de una nueva forma, una nueva organización que recaerá sobre la vida
sexual infantil que no dejará de ser perverso polimorfa, pero adquirirá una
modalidad diferente.
El
niño tenía relaciones con partes de su cuerpo. En la relación sexual estas
partes son portadas por el semejante, será en
él, más que a él, que el niño
deberá amar.
A diferencia de los animales, cuyas funciones
de conservación y reproducción están organizadas por el instinto - lo cual hace
que sepan qué hacer cuando se encuentran con el otro sexo -, en el ser
hablante, esto no ocurre porque el lenguaje trastoca el instinto en pulsión
produciendo una alteración en el cuerpo que en la búsqueda de su satisfacción se
encuentra sin saber cómo hacer.
En El pasaje adolescente,[1]
Rassial plantea respecto al drama que tiene lugar en la adolescencia, que lo
que allí se juega no es tanto la falta de saber, sino que paradójicamente hay
un exceso de saber. Si este exceso
deviene en crisis es porque se trata de un saber
acerca de la falta.
El adolescente recorrerá las más
variadas formas de la falta, la falta de saber sobre el sexo, la inconsistencia
del Otro, encarnado sobre todo en el Otro parental, entre otras.
Es un saber acerca de la
inconsistencia, a la manera de Sócrates, sabe
que no sabe nada, pero además que no hay nada que saber, ni Otro que posea
el saber absoluto.[2]
Es también a este Otro como garante
que el joven duelará.
Este exceso de saber que se pone de
manifiesto en la pubertad es el que empuja a elaborar una respuesta propia que
será siempre sintomática, una respuesta a la pregunta por la masculinidad y la
feminidad que permita dar respuesta al goce sentido en el cuerpo, coordinándola
con la propia imagen y con una identificación como ser sexuado.
La imagen pasará de estar sostenida
por la mirada y la voz de la madre, a ponerse en juego en la relación con el
otro sexo. Sin embargo, no es en esta dirección que solamente se realiza el
movimiento, sino que también se impone
una reorganización de los ideales.
Hay en varios sentidos, fallas en las
encarnaciones imaginarias del Otro, los padres no sostienen ya el yo ideal,
dado que el apoyo parental vacila en este nuevo encuentro con el Otro,
produciendo el inevitable retorno de la angustia. Además tampoco constituyen ya
un Ideal del yo válido, una figura simbólica de un modo de existencia.
En este segundo tiempo, se pone en
juego la muerte de aquella imagen materna que sostuvo al lactante y es a partir
de este duelo que el joven se enfrentará a la dialéctica del ser y del tener.
Dialéctica en la que se pone de manifiesto la
inconsistencia del ser. [3]
El cuerpo incorporal que se
constituye en la infancia muta, se trastoca, los significantes que lo
constituyeron se vuelven insuficientes y la representación inacabada, aparece
algo de lo no representable.
Es condición de la pubertad la
inscripción de ese cambio que aparece en lo real, para lo cual es indispensable
el cuestionamiento de las representaciones precedentes.
Lacan plantea en el Seminario 5 que el niño
sale del Edipo con los títulos en el bolsillo, es precisamente en este momento
que los mismos comienzan a ponerse en juego.
Es el tiempo en que las marcas
parentales deberán actuar sin el soporte de los padres, por lo cual también se
harán presentes los defectos de inscripción de las mismas.
Con la pubertad el sujeto se
encuentra con la falta de garantía en el Otro, la cuestión es que el Otro,
campo de inscripción en el que el sujeto busca dicha garantía de su existencia,
se sostiene también de una garantía que
falta.
Como ya hemos dicho en otras
oportunidades, esto es lo escandaloso del psicoanálisis, sin embargo esta falta
de garantías es lo que habilita a hacer lazo, son las nuevas invenciones o
reacomodamientos sintomáticos y fantasmáticos para responder al real que se
presenta nuevamente, cuando lo conseguido con la declinación del Edipo y el
período de latencia ya no funcionan.
Estos arreglos se presentan bajo el
signo de la rebeldía, orientada por
nuevos ideales, nuevas identificaciones, a veces inquietantes. Las más
preocupantes son aquellas que al no estar enmarcadas en el fantasma, sin un
síntoma que anude, quedan del lado de las patologías del acto.
Voy a tomar dos novelas que relatan historias
de adolescentes, que generaron controversias en el momento de su publicación,
para poder pensar algunas de estas cuestiones y hacer un contrapunto entre
ambas, ellas son: Nada, de Jane
Teller y El guardián entre el centeno,
de Salinger.
Nada
Jane Teller es una novelista danesa
de ascendencia austro germana, ha vivido y trabajado en la resolución de
conflictos humanitarios en Tanzania, Mozambique y Bangladesh.
En 1995 dejó su carrera profesional
en Naciones Unidas para dedicarse a la literatura.
Nada fue
publicada en Dinamarca en el año 2000, causando mucha controversia, incluso fue
prohibida en diversos países de Europa, hoy es material recomendado en los
colegios.
El primer día de clases Pierre Anthon
dejó la escuela proclamando que Nada
importa. Hace mucho que lo sé. Así que no vale la pena hacer nada. Eso acabo de
descubrirlo.
Con entera tranquilidad, agarró sus
cosas y se despidió de todos con un gesto de “todo me da igual”.
Agnes, su compañera de catorce años
es la relatora de los acontecimientos que transcurren en una ciudad de
provincia de Dinamarca.
Pierre Anthon abandona el aula y decide no volver
nunca más a la escuela. A partir de este momento se dispone a vivir de manera
consecuente con este hallazgo. Se sube a un ciruelo y desde allí declama a
gritos las razones por las que nada importa.
Todo da igual, dijo un
día, porque todo empieza sólo para acabar. En el mismo instante en que nacen ya
empiezan a morir. Y así ocurre con todo.
Todo es un gran teatro
que consiste sólo en fingir y en ser el mejor en ello.
Hasta entonces, dice Agnes, no había nada que nos hubiera hecho pensar
que Pierre Anthon era el más inteligente de nosotros, pero de repente nos lo
pareció a todos. Porque era él, el que
había dado con algo revelador. Aunque no nos atreviéramos a reconocerlo. Ni
ante nuestros padres, ni ante nuestros profesores, ni tampoco entre nosotros.
Ni tan siquiera en nuestro foro interno lo reconocíamos. No queríamos vivir en
ese mundo que Pierre Anthon nos presentaba. Nosotros íbamos a ser algo, íbamos a ser alguien.
La sorprendente decisión de Pierre Anthon sacude la
estructura de lo políticamente correcto del colegio, de tal modo que el
profesor se apresura a borrar toda huella de él, tanto en la clase como en las
mentes de sus compañeros, por si acaso tal actitud fuese contagiosa.
Mientras a
ellos les resulta irritante y difícil orientarse, pues necesitan que les digan
cómo vivir, Pierre sostiene opiniones radicales: “Entonces, Agnes… ¿Tanto te cuesta creer que nada importa?”
La alternativa de Pierre Anthon revela
a sus compañeros una aventura de cambio, pero ellos se pliegan a los prejuicios
inducidos por sus padres, que desprecian la Comuna en la que vive Pierre con su
padre “hippie que aún vivía en
1968”, decían, opinión cuyo significado los chicos no entendían pero
repetían burlones.
Pierre
se defendía: “¡Mi padre no se ha quedado
colgado de nada, ni yo tampoco!… Yo estoy sentado en la nada, que no es lo
mismo. ¡Y mejor estar sentado en la nada, que en algo que no es nada!”
La posición contestataria de Pierre es
probablemente producto de la identificación a los ideales juveniles de su padre,
su deseo de independencia, ya que también hoy él trabaja de programador en una
empresa.
Pierre Anthon es un adolescente
rebelde.
Sus compañeros, desilusionados y asustados por los
sentimientos ambiguos que les generan sus proclamas, deciden convencerlo y
autoconvencerse de que se equivoca y para conseguirlo deciden reunir objetos
que simbolicen todo aquello que da valor a la existencia humana y así crear un montón
de significado.
Cuando se encuentran en el aserradero tratando de
pensar qué objetos eran importantes se dan cuenta que no es tarea fácil y que
tal vez Pierre Anthon algo de razón tenga.
¡Sólo finjamos!, dijo Sofie y de este
modo comenzaron a nombrar: una vieja muñeca, un peine nacarado, un cassette de
los Beatles, etc.
El montón de significado crecía, sin embargo era de
significado endeble. Sabíamos todos muy
bien que lo que habíamos juntado, en realidad, significaba poco para nosotros;
siendo así, ¿cómo persuadiríamos a Pierre Anthon de la importancia de aquello?,
comenta la relatora.
Cuando Dennis entregó los libros de una colección
muy valorada por él abrió una brecha en el significado, a partir de aquí cada
participante decía qué debía aportar el siguiente al montón de significado.
Una caña de pescar, una pelota, una bicicleta
nueva, las sandalias verdes recién compradas de Agnes.
Un certificado de adopción, y así cada uno va
redoblando la apuesta y a medida que avanza el relato los pedidos devienen
siniestros: Oscarito, el hámster de Gerda, las trenzas de Úrsula, la
profanación de la tumba del hermanito de Elsie.
Frente a la negativa de Pierre de bajar del ciruelo,
el montón
de significado se
empequeñecía, tornándoseles cada vez más insoportable.
Poco a poco este proyecto se va convirtiendo en un
juego peligroso que les lleva a arriesgar parte de sí mismos y de todo aquello
que da sentido a sus vidas: la entrega de la virginidad de Sofie, el manto de
rezos de Hussain, el Cristo de la iglesia, la mutilación de un dedo de Jan, que
tocaba la guitarra igual que los Beatles.
Decíamos que en la adolescencia se reorganizan los
ideales, la caída del lugar de saber del Otro parental proporciona una salida
posible en la identificación a los ideales del grupo. El grupo de pares es un
facilitador, en el mejor de los casos, del desasimiento de los padres. La
unidad del grupo restituye aquella unidad perdida del estadio del espejo. Por
esto es tan importante “pertenecer”.
A veces, como en este grupo de jóvenes se produce la
adhesión sin reservas a un Otro absoluto, que aquí no está encarnado en alguien
en particular, sino que lo que los aúna es el hecho que reniegan en masa a “saber que no saben nada”, además que no
hay nada que saber, ni hay saber absoluto. Se les hace insoportable el
cuestionamiento de Pierre a los ideales parentales y sociales, pero como por
momentos dudan, necesitan que el adolescente rebelde renuncie a su protesta,
hacerlo callar, llenando el vacío de la falta con el montón de significado,
cueste lo que cueste.
Jan, el líder del grupo, en el momento que le van a
cortar el dedo, apela con sus gritos a lo más primario: ¡Mamá, mamá! Llamaba.
No todos los personajes reaccionan de la misma
manera. Las marcas del Otro parental intervienen en las diferencias.
Finalmente, Jan cuenta lo sucedido y la policía va
al aserradero antes que se logre llevar a Pierre Anthon.
Se armó un gran escándalo, luego del cual algunos
pidieron perdón, otros lloraron arrepentidos, otros permanecieron en silencio.
Sin embargo, Sofie, trasladaba su mirada de
desprecio a cada uno de los renegados y se comportaba con absoluta calma,
cuando el profesor preguntó que provecho habían sacado de esto, fue ella quien
respondió: ¡el significado! Uds. No nos
enseñaron nada. Así que lo aprendimos solos.
Sofie, fue enviada de inmediato al despacho del
director, ella repitió insistentemente la misma palabra, a pesar de los retos y
el castigo.
Su rostro reflejaba frialdad e impasibilidad.
En el recreo gritaba a sus compañeros: Gallinas, ¿tan fácilmente se dan por
vencidos? ¡Si renunciamos al significado no nos queda nada! ¿No es el
significado más importante que todo lo demás?
Poco a poco logra
el apoyo de sus compañeros, queda algo por resolver, dice: ¿Cómo conseguir mostrarle el montón de
significado a Pierre Anthon?
Es así que deciden llamar a la prensa, que
obviamente responde, la pequeña ciudad se convierte en atractivo para
periodistas de diferentes partes del mundo que discuten acerca del valor del montón
de significado. Hasta llegan de un museo de Nueva York, que lo
considera una obra de arte contemporáneo y ofrecen tres millones de dólares
para llevárselo.
Faltaba una semana para que vinieran a buscarlo y
la ciudad volvió a ser igual que antes.
Pierre Anthon seguía en la misma posición, si su montón de basura tuviera el más mínimo
significado, no lo hubieran vendido, ¿no?
Los demás, tácitamente
nos dimos por vencidos…. Pero Sofie no se rindió, perdió el juicio, nos relata Agnes.
Finalmente, todos deciden volver al aserradero para
discutir cómo atraer a Pierre. Frente al desacuerdo y la rivalidad especular,
no hay otra salida que la violencia.
Desesperada Agnes sale corriendo a buscar al joven,
que accede a bajar del ciruelo, cuando llega la escena es incontrolable y no
hay palabra que alcance para calmar a sus compañeros.
El drama culmina, cuando todos rodean a Pierre y lo
declaran culpable, convirtiéndolo en el destinatario de la violencia desatada.
Al día siguiente, sólo permanecen las cenizas del
aserradero, en cuyo interior había quedado Pierre Anthon.
Las operaciones constitutivas del sujeto deberán
ser reeditadas, operaciones que tienen una marca y se pueden ratificar o habrá
que producirlas.
Rassial[4]
plantea que este momento presenta un riesgo de avería de referencia a la ley,
en la adolescencia debe operar una validación de la operación infantil de
inscripción o de forclusión del Nombre del Padre.
La validación es la ratificación de la operatoria
de separación que permite ir más allá de la identificación que la colma, como
dice Lacan, “Ir más allá del padre a
condición de servirse de él”.
Cuando se
presentan dificultades y el sujeto no logra hacer el duelo del Otro parental,
se produce la adhesión al montón de significado, como Sofie,
que no duda de su valor, ni quiere saber acerca de la falta de garantías.
Al no encontrar una respuesta sintomática que
anude, convierte al montón de significado en lo que le da consistencia a su ser, lo cual impide su desasimiento.
El guardián entre el
centeno. (1951)
Esta novela de Salinger, también es relatada por un
joven, en este caso de dieciséis años: Holden.
Holden es echado del colegio Pencey en Pennsylvania
por haber reprobado cuatro materias, le hicieron varias advertencias, pero no
las escuchó, por lo cual es expulsado. En realidad no era la primera vez que le
sucedía esto, ya le había ocurrido en varios colegios.
El joven está molesto, angustiado, planteándose la
alternativa de volver a Nueva York, enfrentar el sermón y los reproches de sus
padres y decidirse a terminar el secundario o bien dejarse llevar por la idea
de irse de su casa, alejarse de su familia y lanzarse a nuevos horizontes.
Mientras tanto es pura errancia, un vagabundeo
incierto por las calles y por su pensamiento.
Es arrogante y se ocupa de desenmascarar todas las
hipocresías, ni su hermano mayor se salva: Ahora
D.B. está en Hollywood, vendiéndose como una prostituta, dice, su hermano
es escritor.
Es un joven
rebelde que se niega a transar con el mundo, está en crisis con las
identificaciones y los ideales que lo han formado hasta allí, cuya sujeción
vacila y que en este momento Pencey representa. Se ríe del cartel de publicidad
del colegio: “Desde 1888 estamos
moldeando jóvenes”.
La extrañeza que le genera los últimos días en la
institución, la pérdida de su lugar, hace que tome sus valijas antes de lo
acordado y se lance a un vagabundeo forzado.
Vuelve a Nueva York, su ciudad, exaltado y
nostálgico. Pero conservando su amor propio y aferrado a sus recuerdos.
Es así que cuando sube al primer taxi pregunta al
chofer por el destino de los patos del lago del Central Park cuando éste se
congela.
El taxista le responde: ¿Qué está tratando de hacer amigo?... ¿Tomarme el pelo?
No, quería saber, nada
más, dice
Holden.
El muchacho no está gozando al taxista, por el
momento está extrañado de sí, no sabe qué hacer, ni adónde ir. Todavía no ha
decidido nada, no sabe nada.
Luego la misma pregunta a otro taxista, que le
responde más airadamente: ¿Cómo cuernos
puedo saber eso?... ¿Cómo podría saber semejante estupidez?
Descubre que no hay
respuestas para algunas preguntas.
En su proceso de errancia por su ciudad natal
piensa en que tiene ganas de hablar con su hermanita de diez años: Phoebe,
también en llamar a la chica de sus sueños: Jane, con la que nunca pudo
animarse a que pasara nada, en otros momentos piensa en pasar la noche en un
bar escuchando música y emborrachándose.
Todo es caótico, nada fijo, pero hay algo que
Holden comienza a vislumbrar, siente que ya no es más un niño. A través de su
hermana Phoebe, advierte que ha perdido la infancia y es a partir que registra
esa pérdida que puede dar cuenta de su propia niñez.
Puede jugar a ser libre, aunque sus sujeciones lo
complican, sabe de las condiciones de su situación y que en algún momento, algo
tendrá que decidir.
En la pregunta por los patos, resuena una pregunta
por sí mismo: ¿A dónde vas Holden?
Está viviendo en un hotel, en una oportunidad, el
ascensorista le propone el encuentro con una prostituta.
No le parece mala idea, ya que todavía no debutó.
Cuando la cita está arreglada, la ansiedad lo
atraviesa, pero se sobrepone porque tratándose de una prostituta supone que
puede aprender algo.
Sin embargo, se produce el desencuentro. Él quiere
hablar, y ella obviamente hacer su trabajo. No se entienden.
“El sexo es algo que no
llego a entender del todo. Uno nunca sabe dónde cuernos está parado. Me la paso
poniéndome reglas sexuales que rompo inmediatamente”.
La pregunta ahora es relanzada desde el partenaire
sexual y desde la discordia con su propio cuerpo.
Más adelante, en una noche de borrachera delirando
haber sido atacado por una pandilla y haber recibido un balazo en el estómago,
se siente deprimido, tambaleándose por el Central Park, preguntándose
nuevamente por los patos: “Se me ocurrió
que podía ir hasta el borde del lago y ver qué cuernos estaban haciendo los
patos. Todavía no había logrado averiguar si seguían ahí o si se habían ido a
otra parte”.
No encuentra ningún pato y se sienta en un banco,
temblando de frío, se saca las escarchas de encima y empieza a pensar que puede
morirse de neumonía. Imagina su propio funeral y siente una pena terrible por
sus padres, sobre todo por su madre que no ha superado lo de su hermano Allie,
dos años menor que él, muerto de leucemia a los once años.
Allie está presente desde el principio de la
novela, representado a través del guante de béisbol, que era suyo y que Holden
ha conservado.
En el béisbol es “catcher”, “guardián”, el jugador
que corre a agarrar la pelota con su mano enguantada. Éste significante alude al hermano muerto.
La novela llega a un punto importante, a los fines
de esta presentación, cuando el protagonista se encuentra con su hermana
Phoebe, que le reprocha que le haya ido mal en el colegio, que se quiera ir,
que pareciera que para él todo está mal, que no le gusta nada, etc.
En el Seminario 10, La
Angustia, cuando Lacan habla de la función del deseo, remite al duelo.
Relaciona la identificación con el objeto del deseo con el mecanismo propio del
duelo.
Alguien puede devenir
objeto, ocupar el lugar de lo que causa el deseo del Otro, sólo una vez que el Otro lo perdió. No podemos ser causa de nada
sin haber sido perdidos, porque nos constituimos en objeto a en tanto hemos sido perdidos. Sólo en la pérdida se constituye el
objeto en su relación con el deseo.
En este sentido, Lacan
define el duelo del siguiente modo: sólo
podemos hacer el duelo de aquel cuya
falta fuimos, aquel cuyo deseo
causamos. Uno se identifica con ese objeto en la medida que el Otro
deseante desea ese objeto. La identificación con el objeto perdido es la identificación con la falta que habita en
el Otro.
Los ritos del duelo
rodean el lugar de la falta. La falta que provoca un sujeto hablante no es
sustituible en cierto punto, en ese punto donde fuimos nosotros mismos causa
del deseo del Otro que ya no está.
Desde la escena del
Central Park, atravesada por la pena que siente por sus padres, por la tristeza
que podría causarles su muerte, la aparición reiterada de Allie y los reproches
de su hermana Phoebe, nos hacen pensar que Holden ocupa un lugar de causa en el
deseo de sus Otros significativos, lo cual lo lleva a responderle a su pequeña
hermana:
Sí, hay
algo que me gustaría ser, y recuerda
la letra de un poema de Robert Burns, que trata sobre el “catcher”, el guardián,
que sujeta, agarra, evita que los niños caigan en el precipicio.
Le dice entonces a
Phoebe: “me imagino a un montón de chicos
jugando en un campo de centeno inmenso… sin nadie que los cuide… excepto yo. Yo
estoy parado cerca de un precipicio y mi única tarea consiste en atrapar a
todos los que se acercan demasiado al borde… solamente sería el guardián entre
el centeno”.
Reconozco que es una locura… remata.
Holden se imagina ser el guardián de la infancia, lo cual nos
lleva a concluir que a partir de su lugar de causa ha podido hacer el duelo por
la misma, sin embargo vive en él, un anhelo de preservarla, precisamente por haberla
perdido.
Sara Wajnsztejn
Julio de 2016
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