LA MUJER ARTIFICIO


A modo de introducción

Este trabajo se engendró a partir de nuevos interrogantes surgidos tras el abordaje, realizado el año pasado, sobre la importancia de la construcción de ficciones en la adolescencia. En dicho contexto, me referí al lugar de las películas de terror en adolescentes, tomando algunas viñetas clínicas que resultaron pertenecer todas a pacientes mujeres. La pregunta se precipitó: ¿Qué relación entre el terror y lo femenino? Tal interrogación se fue multiplicando, abarcando cuestiones tales como las relaciones -frecuentemente conflictivas- entre madres e hijas, las identificaciones y la asunción de una posición sexuada en la adolescencia especialmente en el caso de las mujeres.

Ha de tenerse en cuenta que, de acuerdo con Freud, la segunda acometida de la sexualidad supone la reanimación de las antiguas fijaciones libidinales, elecciones de objeto, fantasías y complejos infantiles del sujeto. El Complejo de Edipo es exhumado, alzándose de su no-tan-logrado sepultamiento.
La pubertad se constituye en momento privilegiado de encuentro con el Otro sexo. Confrontación no sólo con lo real del cuerpo, que en sus exabruptos ya no se siente tan propio, sino además encuentro de ese otro desencuentro que implica lo real de la no-relación sexual. En el tiempo adolescente, el sujeto tendrá que rebuscárselas para abordar al otro cuerpo, aquel donde el goce se encarna. Cita con el goce del cuerpo del Otro en el acto sexual, ‘momento de la verdad’. Segundo tiempo, puesta a prueba de los recursos de los que pudo hacerse cada sujeto en el primer tiempo de acometida de la sexualidad, y exhortación a crear-se otros nuevos para dar alguna respuesta allí donde no hay saber, donde no hay algo escrito.

Según lo señalado por el Lic. Gustavo Stiglitz[1], mientras que en la infancia el niño debe arribar a una respuesta frente a la pregunta por el deseo materno, y así arreglárselas de algún modo con La madre, en la adolescencia se trata de arreglárselas con el partenaire que encarna el Otro sexo. Si recordamos a Lacan, el Otro sexo, tanto para hombres como para mujeres, es el femenino.

Les propongo entonces interrogar, una vez más, los enigmas de la feminidad.


El continente negro

La expresión ‘continente negro’ -empleada para referirse a África como territorio desconocido y temido[2]- es utilizada por Freud en alusión a la sexualidad femenina. Plantea: “Acerca de la vida sexual de la niña pequeña sabemos menos que sobre la del varoncito. Que no nos avergüence esa diferencia; en efecto, incluso la vida sexual de la mujer adulta sigue siendo un dark continent {continente negro} para la psicología. Pero hemos discernido que la niña siente pesadamente la falta de un miembro sexual de igual valor que el masculino, se considera inferiorizada por esa falta, y esa ‘envidia del pene’ da origen a toda una serie de reacciones característicamente femeninas.”[3]

Considero que la expresión ‘continente negro’ deja entrever la dimensión de misterio que rodea a la feminidad. Entre las acepciones del término, ‘misterio’ incluye aquello que no puede ser entendido ni explicado, así como también lo secreto.[4] Lo misterioso puede ser causa de pregunta, curiosidad, atractivo, fascinación, pero también puede resultar inquietante e incluso ominoso {unheimlich}.  De allí al horror podría no haber más que un paso.

Ya en la década del ‘50, Lacan sitúa en su lectura del caso Dora cómo la Sra. K encarna, para la joven, el misterio de la feminidad.  Señala que la histérica se pregunta ‘qué es ser una mujer’.
Recordemos otra pregunta en relación a lo femenino, el interrogante del mismo Freud: ‘¿qué quiere una mujer?’. Si bien estas preguntas no son equivalentes, podría pensarse que muestran cómo, tanto para machos como para hembras, la feminidad es enigmática. No sólo para aquel que llamamos ‘hombre’ la feminidad es continente negro, también lo es para aquella que llamamos ‘mujer’.
La feminidad es misterio para cada mujer. Tal es así que para poder tener cierto acceso a lo femenino, debe hacer un rodeo, aprehendiéndose a través del deseo de un hombre. En la histeria, la otredad de lo femenino se encarna en otra-semejante a quien se aborda desde una posición masculina. Una salida posible de la histeria sería, para la mujer, constituirse en otra de sí misma. Escribe Raquel Cors Ulloa: Algunas mujeres se misman en el Otro; y mismarse en el Otro no es lo mismo que volverse Otro para sí misma. Una mujer puede ser Otro para sí misma si consiente como objeto con un partenaire hombre, no solo por el encuentro con él, sino por el encuentro consigo misma. Servirse del hombre como relevo para convertirse en ese Otro para sí misma, como lo es para él está lejos de la armadura -armature, que fue del amor al padre en la histérica.”[5]


Edipo y castración. Freud y La mujer madre.

Con el fin de ubicar las respuestas que alcanza Freud ante la pregunta por la feminidad, haré un recorrido por sus elaboraciones sobre los complejos de Edipo y de castración.
Ante el enigma de la dualidad de los sexos,[6] Freud intenta definir en qué consiste lo masculino y en qué consiste lo femenino. En su texto “La organización genital infantil”, con la inclusión de la fase fálica entre las fases de la libido, sostiene que  “para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo[7]. No se descubren los genitales femeninos. Tanto varones como mujeres, se orientan a partir del falo.
Massota aclara: “el falo no es el pene. El falo es la premisa universal del pene. Esto se refiere a la creencia infantil de que todo el mundo tiene pene, de que sólo hay seres con pene. (…) El falo es una premisa que se da como de antemano y cuyo origen es desconocido. La cuestión es que el niño se pone en posición de no querer conocer la evidencia de los hechos. Y surge, a partir de la experiencia que demuestra la diferencia de los sexos, el intento de explicar porqué en un sexo falta el pene.[8]

Freud se refiere a los cambios que experimenta la polaridad sexual en el transcurso del desarrollo sexual infantil, y ubica las siguientes oposiciones:
·         Con la elección de objeto:   sujeto y objeto
·         En la fase sádico-anal: activo y pasivo
·         En la fase de la organización genital infantil: fálico y castrado
Respecto a la oposición fálico-castrado, es interesante que destaca: “hay por cierto algo masculino, pero no algo femenino”[9]. Luego escribe: “Sólo con la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad. La vagina es apreciada ahora como albergue del pene, recibe la herencia del vientre materno.”[10]
Me pregunto si el hecho de plantear a la vagina como albergue del pene a partir de la pubertad sigue suponiendo una referencia a lo femenino a partir de la lógica fálica. Y ubicar a la vagina como herencia del vientre materno, ¿dificulta la distinción entre mujer y madre? Sin embargo, ¿por qué pensar que la vagina es la mujer?

La diferenciación de los sexos, adjudicando a cada uno ciertas características como las mencionadas anteriormente, es objetada por el mismo Freud en textos posteriores. Tal es así que, por ejemplo, en su “Conferencia n° 33: La feminidad”, critica la superposición entre masculino-activo y femenino-pasivo.
Señala que ni desde lo anatómico -donde se encuentran indicios de bisexualidad-  ni desde lo psicológico es posible arribar a una definición, caracterización y delimitación clara y tajante entre los sexos: “todos los individuos humanos, a consecuencia de su disposición {constitucional} bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto.[11]

A pesar de esta incertidumbre, Freud destaca en más de una ocasión que alcanzó una elaboración más acabada acerca de la sexualidad del varón, mientras que la pregunta por lo femenino, adoptando diversas formas, se mantuvo sin una respuesta que le resultase completamente satisfactoria. Expresa que definir qué es la mujer es de “solución casi imposible” [12] para el psicoanálisis, y que se limitará a indagar “cómo deviene la mujer a partir del niño de disposición bisexual”[13]. Aunque ser y existir no sean de la misma índole, ¿podríamos leer aquí un movimiento de Freud, donde ya no intenta definir a La mujer, pero se pregunta acerca de las mujeres, en un anticipo de que La mujer no existe?

Repasemos qué propone Freud acerca de los desarrollos de los varones y de las mujeres[14], y qué salida identifica con la “feminidad normal”.

En primer lugar, ha de tenerse en cuenta que, si bien en varias ocasiones Freud se refiere al Complejo de Edipo simple –es decir, aquel en el cual se toma como objeto erótico al progenitor del sexo contrario y como rival al del mismo sexo-, la bisexualidad innata de los seres humanos tiene por consecuencia que se dirijan mociones de amor y mociones de odio tanto hacia al progenitor del mismo sexo como al de sexo contrario. Todas estas mociones constituyen lo que sería el Complejo de Edipo completo. Freud lo explica en relación al varón:




 












Complejo de Edipo completo





C. E. normal, positivo, activo

¨ amor al progenitor del sexo contrario:
deseos eróticos hacia la madre


¨ hostilidad al progenitor del mismo sexo:
deseos de muerte hacia el padre


(en consonancia con la bisexualidad innata de los seres humanos)






C. E. invertido, negativo, pasivo

¨ amor al progenitor del mismo sexo:
deseos eróticos hacia el padre


¨ hostilidad hacia el progenitor de sexo contrario:
deseos de muerte hacia la madre



En segundo lugar, es de destacar que el tránsito por los complejos de Edipo y de castración es diverso y no es simétrico en varones y en mujeres. ¿Esta no correspondencia nos permite ir anticipando el ‘no hay relación sexual’ lacaniano?

Revisemos las elucidaciones de Freud, considerando sólo el Complejo de Edipo simple, pero sin dejar de señalar la mayor complejidad que supondría tener en cuenta el Edipo completo.





hay continuidad
Prehistoria del C. de Edipo
 

Objeto de amor, la madre + Identificación tierna al padre, como modelo (sin rivalidad por la madre aún).
Complejo de  Edipo

Cuadro de texto: corteEn la fase fálica: Premisa universal del pene (“Todos tienen pene”).
Zona erógena: pene.
Retiene objeto de amor y zona erógena.
Onanismo que se enlaza a las investiduras de objeto del Complejo de Edipo.

Complejo de castración

Amenaza de castración + Visión de genitales femeninos = Angustia de castración (nachträglich, sólo cuando se conjugan retroactivamente ambos factores, anteriormente hay desmentida de la castración: no le presta creencia, ejemplo si vio genitales de una niña, piensa “ya le crecerá”). No se descubren los genitales femeninos. Oposición fálico-castrado.

La angustia de castración permite salir del Edipo, renunciando a la satisfacción de los deseos eróticos y hostiles para conservar el pene, es decir, por interés narcisista.

Sepultamiento del Edipo, conformación del Superyó y entrada en la latencia.



Prehistoria del C. de Edipo

Cuadro de texto: corteLarga e intensa. Mucho más importante que en el varón.
Objeto de amor, la madre.
Esta fase incide fuertemente en muchos fenómenos de la vida sexual femenina, por ejemplo el vínculo-padre es heredero de este vínculo-madre, y a veces el marido hereda el vínculo-madre también.

En la fase fálica: Premisa universal del pene (“Todos tienen pene”).
Niña como pequeño varoncito. Zona erógena: clítoris (pequeño pene).
Cuadro de texto: corte


Complejo de castración

Durante la fase fálica:
Visión de los genitales del varón ► admite su falta de pene, de la cual responsabiliza a la madre ► Envidia del pene.

3 respuestas posibles ante la castración:
-          Inhibición sexual o neurosis
-          Complejo de masculinidad
-          Feminidad normal: aquí, con la envidia del pene, se propicia el cambio de zona erógena (del clítoris a la vagina, por menoscabo de la sexualidad fálica) y el cambio de objeto de amor (de la madre al padre, por refuerzo de la hostilidad hacia la madre y en búsqueda del pene=hijo del padre). Entrada al complejo de Edipo.
Complejo de Edipo

En la niña, es una “formación secundaria”, y tiene una “larga prehistoria”[15].

Implica represión, remoción de sexualidad masculina (pero no al extremo de la inhibición o neurosis). Se troca zona (de clítoris a vagina) y objeto de amor (de madre al padre).

Pasa del deseo de pene al deseo de hijo, por parte del padre,  donde hijo=pene por equivalencia simbólica. Feminidad normal para Freud.

Sin motivos fuertes para abandonar el Complejo de Edipo, pudiendo perdurar en una ligazón-padre.


Por lo tanto, las diferencias en el recorrido de ambos sexos se expresan en:

·      Lo que atañe a la antesala del complejo de Edipo (su prehistoria): A partir de una coincidencia, ya que tanto varones como niñas tienen como primer objeto de amor a la madre -quien provee el alimento y los primeros cuidados corporales, apuntalándose las pulsiones sexuales en las pulsiones de autoconservación-, se presentan divergencias en los caminos a seguir por parte de varones y mujeres. No se trata de un desarrollo simétrico pero invertido para cada uno de ellos. Mientras que el varón podrá conservar a la madre como objeto de amor y al pene como zona erógena rectora, la niña, para arribar a lo que Freud llama ‘feminidad normal’, que se desprende del Complejo de Edipo simple, deberá trocar zona erógena (clítoris por vagina) y objeto de amor (madre por padre).
Freud destaca la extensa duración y la importancia de la prehistoria del Complejo de Edipo para las mujeres, en el transcurso de la cual las metas sexuales activas y pasivas de la niña buscan satisfacerse en el vínculo con la madre, y toman la coloratura propia de la fase de desarrollo libidinal que se encuentre atravesando. Deseos ambivalentes la toman por objeto, y Freud señala que la hostilidad a la madre suele salir a la luz como angustia. Dice Freud: “No siempre es fácil pesquisar la formulación de estos tempranos deseos sexuales; el que se expresa con mayor nitidez es el de hacerle un hijo a la madre, así como su correspondiente, el de parirle un hijo, ambos pertenecientes al período fálico (…) Ya en este período preedípico se descubre, referida a la madre, la angustia de ser asesinado o envenenado, que más tarde puede constituir el núcleo de una paranoia. (…) reencontramos la fantasía de seducción en la prehistoria preedípica de la niña, pero la seductora es por lo general la madre. Empero, aquí la fantasía toca el terreno de la realidad, pues fue efectivamente la madre quien a raíz de los menesteres del cuidado corporal provocó sensaciones placenteras en los genitales, y acaso hasta las despertó por vez primera.”[16]
El lazo preedípico con la madre tiene significativas consecuencias para las mujeres, por ejemplo en la etiología de la histeria. También puede suceder que algunas mujeres permanezcan fijadas en este primer lazo con la madre, sin poder cambiar de objeto de amor hacia el padre y desde allí a otro hombre. También es posible que regresen a esta ligazón-madre ante desilusiones en el vínculo con el padre. Y suele suceder que las características del lazo preedípico con la madre sean luego transferidas al vínculo con el padre, y de allí al marido.

(…)

·           La actitud ante la castración: Mientras que el varón primero desmiente la castración (por ejemplo, desconoce su percepción al ver los genitales de una niña diciendo que ‘ya le crecerá’) y sólo a posteriori, con la conjugación de la visión de los genitales femeninos y la amenaza de castración, cree en la posibilidad de la misma, la niña desde que percibe la diferencia anatómica admite su falta de pene.
Además, la diferencia anatómica tiene como consecuencia que el complejo de castración tome distintas formas en varones y niñas, a saber: angustia de castración en el varón, y envidia del pene en la mujer. Freud señala “esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación.”[17] Y “ella no tiene que temer la pérdida de pene, pero no puede menos que reaccionar por no haberlo recibido. (…) todo su desarrollo se consuma bajo el signo de la envidia del pene.”[18]
La niña se aparta de la madre con hostilidad reforzada. Freud incluye, como motivos de ese odio, varios reproches que se hacen a la madre, pero lo específico en los reproches de la hija mujer hacia su madre es que le atribuye la responsabilidad de no haberla dotado de pene. Ello representa para la niña que un perjuicio, un daño, se le ha infringido. Por el complejo de castración, se produce una ruptura con la madre. Además, amaba a la madre en tanto fálica, y cuando descubre que la madre también está castrada, pierde valor y se la abandona. Este descubrimiento no es inmediato, en un principio la niña cree que sólo a ella y a otras mujeres despreciables se las privó de pene.
Serían consecuencias de la envidia del pene sentimientos tales como los celos, la envidia, la inferioridad -que extiende del juicio que dirige al clítoris como pequeño pene, a su persona-, la vanidad respecto a su cuerpo - compensando con sus encantos la falta de pene[19]-, la desvalorización de la mujer –no sólo por parte de los varones sino también por parte de las mismas mujeres-.

De gran importancia son las tres reacciones que Freud considera que pueden derivarse del descubrimiento de la castración y la envidia del pene. Podrían pensarse como posiciones subjetivas ante la castración por parte de las mujeres. Ellas son:
-Inhibición o neurosis: Al arruinársele la satisfacción que le proveía la sexualidad fálica por la incidencia de la envidia del pene, ya que se ve atacada en su amor propio, la niña renuncia a esa satisfacción y al amor por la madre, pero con ello es común que reprima gran parte de sus aspiraciones sexuales. Esta reacción implica una oleada represiva excesiva que afecta incluso a los componentes que aportan a la feminidad normal. En su dimensión de inhibición, Freud se refiere a esta reacción como “suspensión de toda la vida sexual”[20] y “universal extrañamiento respecto de la sexualidad.”[21]
-Complejo de masculinidad: Es una alteración del carácter, donde la niña se rehúsa a reconocer la castración, mantiene la satisfacción clitorídea, y se identifica a la madre fálica o al padre. En el extremo, puede manifestarse como homosexualidad, pero también el complejo de masculinidad puede situarse en la histeria. Generalmente la niña, luego de pasar del objeto-madre al objeto-padre, regresa desde la situación del complejo de Edipo, por malogro del lazo con el padre. Puede continuar esperando recibir el pene, o incluso desmentir la castración manteniendo la convicción de que posee pene y comportándose como si fuera un varón.
-Feminidad normal: Supone represión de actividad fálica, pero no al punto de la inhibición o neurosis. Implica el cambio de zona de clítoris a vagina, y el cambio de objeto de madre a padre. Freud plantea que “grandes sectores del complejo [de masculinidad] son trasmudados de manera normal para contribuir a la edificación de la feminidad; del insaciable deseo del pene devendrán el deseo del hijo y del varón, portador del pene. Pero con insólita frecuencia hallaremos que el deseo de masculinidad se ha conservado en lo inconciente y despliega desde la represión sus efectos perturbadores.”[22]
Al perder a la madre como objeto de amor, la niña se identifica a ella y la constituye en rival en la situación edípica. Así, al odio dirigido a la madre por no haberla dotado de pene (mortificación) se agrega ahora el odio por querer sustituirla al lado del padre (celos) [23]. Según Freud, primero la niña se dirige al padre con deseo de pene, pero para ingresar a la situación del Edipo es requerido que el deseo de pene sea sustituido por el deseo de un hijo del padre, según la equivalencia simbólica pene=hijo. Freud califica esta situación como femenina.

·      La articulación complejo de castración-complejo de Edipo:
En el varón hay continuidad entre la prehistoria del Complejo de Edipo y el Complejo de Edipo mismo. El corte o escansión que implica el complejo de castración (angustia de castración)  posibilita la salida del complejo de Edipo.
En la mujer, hay discontinuidad entre el Complejo de Edipo y su prehistoria. El corte o escansión que implica el complejo de castración (envidia del pene) tiene lugar antes de la entrada al Edipo y la posibilita.

·           La salida del Edipo:
Mientras que, en el varón, la angustia de castración constituye un fuerte motivo para resignar los deseos incestuosos y hostiles, de modo tal que conduce al sepultamiento del Complejo de Edipo y a la conformación del Superyó por identificación, para la mujer no habría suficiente motivación para dejar de esperar un hijo del padre.
Veamos cómo lo expresa Freud, tomando algunas citas de sus trabajos: “El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y una pasiva. Pudo situarse de manera masculina en el lugar del padre y, como él, mantener comercio con la madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido pronto como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. (…) Ahora bien, la aceptación de la posibilidad de la castración, la intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevaban la pérdida del pene; una, la masculina, en calidad de castigo, y la otra, la femenina, como premisa. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa normalmente el primero de esos poderes: el yo del niño se extraña del complejo de Edipo. (…) Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de ambos progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó (…) El proceso en su conjunto salvó una vez a los genitales, alejó de ellos el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con ese proceso se inicia el período de latencia, que viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño.”[24]
“Para la mujer conlleva mínimos daños permanecer en su postura edípica femenina (…) Escogerá a su marido por cualidades paternas y estará dispuesta a reconocer su autoridad. Su añoranza de poseer un pene, añoranza en verdad insaciable, puede llegar a satisfacerse si ella consigue totalizar el amor por el órgano como amor por el portador de este, como en su tiempo aconteció con el progreso del pecho materno a la persona de la madre.”[25]
“En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. Por eso este último escapa al destino que le está deparado en el varón; puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la mujer.”[26]
Según Freud, la ausencia de un motivo fuerte para dejar el Edipo tiene por consecuencia que el Superyó femenino no sea tan riguroso.
Freud parece dar a entender que una mujer que perdura en esta ligazón-padre no necesariamente deviene neurótica. El deseo de recibir un hijo del padre a veces se abandona por la desilusión que implica su falta de cumplimiento o por amenaza de pérdida de amor, pero otras veces no se abandona. Abona así la idea de que la persistencia de este deseo también sería parte de la feminidad ‘normal’. De hecho, plantea también que “el antiguo deseo masculino de poseer el pene sigue trasluciéndose a través de la feminidad consumada. Pero quizá debiéramos ver en este deseo del pene, más bien, un deseo femenino por excelencia.”[27] En esta cita se puede advertir cómo Freud hace equivaler el deseo de pene con el deseo femenino, es decir que piensa a la feminidad desde la lógica fálica, donde la salida considerada normal se constituye también a partir de la envidia del pene, en su trasmudación en deseo de hijo como falo. Es, por lo tanto una salida fálica, es decir una no-salida de lo fálico. Ser mujer, para Freud, es sinónimo de ser madre. Sin embargo, deja abierta la pregunta, manifestando que si bien averiguó bastante, dice haber averiguado “no todo”[28]. ¿Apertura hacia otro campo, hito hacia la mujer como no-toda en Lacan?


Lacan y La mujer que no existe

Las elaboraciones lacanianas destacan cómo, para el sujeto, se ha perdido la identidad. El sujeto, como efecto del lenguaje, ha perdido el ser, y se constituye en tanto dividido. La falta-en-ser tiene como correlato la identificación a significantes, sin que ninguno de ellos pueda indicar enteramente quién se es.
La asunción de un tipo sexual se realiza, tanto para varones como para mujeres, a través de la identificación. En el Seminario 5 Lacan propone la metáfora paterna y distingue tres tiempos en el complejo de Edipo. La identificación imaginaria al falo de la madre (ser su falo, colmar su falta, lo que constituye el primer tiempo del Edipo), ha de caer, en el segundo tiempo del Edipo, con la privación de la madre por parte del padre imaginario. El incesto tendrá que ser interdicto, para que, en el tercer tiempo del Edipo y con la intervención del padre real, tanto varones como mujeres puedan identificarse al tipo de su sexo a través de la inscripción del Falo como significante. El padre real, que no necesariamente es el genitor, deberá posicionarse como aquel que, por poseerlo, puede donar el falo.
El Falo como significante del deseo es el que provee de orientación a la sexualidad tanto para mujeres como para varones, y esto se mantendrá así aún en la adultez.
La mujer podrá vestirse de falo, parecer serlo como arma de seducción, lo que Lacan llama mascarada y atribuye a la histeria, si bien muchos autores prefieren hacerla extensiva a la feminidad como tal.

Tras estas elucidaciones y aquellas realizadas ya en el Seminario 4 sobre la histeria y su pregunta por la feminidad, he de destacar otro tiempo en la enseñanza de Lacan. Se trata del momento de su obra en que desarrolla las fórmulas de la sexuación, en correspondencia con sus aforismos ‘No hay relación sexual’ y ‘La mujer no existe’.
Si bien hay encuentros entre hombres y mujeres, no hay relación sexual, en tanto que no puede escribirse una función que ponga en relación los polos ‘hombre’ y ‘mujer’. Dice Lacan: “Freud indica, como hice yo, en términos completamente claros, que sin duda respecto de las relaciones sexuales se inscribe una fatalidad que torna necesario lo que entonces aparece como los medios, los puentes, las pasarelas, los edificios, las construcciones, en resumen, que responden al hecho de que no hay relación sexual. Resulta de esto, en una especie de inversión respectiva, que todo discurso posible solo se presentaría como el síntoma que en el interior de la relación sexual (…) facilita, procura una especie de éxito a lo que podría establecerse como artificial, como suplente de lo que falta, y que se inscribe en el ser hablante. Pero sin que pueda saberse si es así debido a que es hablante o si, por el contrario, es porque desde el origen la relación no es hablable por lo que, para todos los que habitan el lenguaje, hace falta elaborar lo que, bajo la forma de la castración, posibilita el hiato dejado en lo que sin embargo es biológicamente esencial para la reproducción de estos seres vivos, para que su raza siga siendo fecunda. (…) [la] castración (…) tendría el privilegio de remediar lo que constituye el fondo indecidible de la relación sexual, por cuanto presenta el goce ordenado (…)”[29]
Esta extensa cita da cuenta de que se requiere de una suplencia, una elaboración de la relación sexual que no hay. Por lo tanto, el discurso sobre la relación sexual –y el lazo entre hombres y mujeres- es sintomático, y se ordena a partir del Falo-castración. Lo inscribible es el Falo, no la relación sexual. Como consecuencia de la imposibilidad de escritura de la relación sexual, para poder definir a los hombres y a las mujeres es preciso recurrir a semblantes, y el Falo es el semblante por excelencia. Lacan expresa: “una relación sexual (…) no se sostiene, no se asienta, más que por este arreglo entre el goce y el semblante que se llama castración.”[30] Y: “la castración es lo que permite la relación sexual”.[31] La castración sería aquello que se escribe, en el lugar de eso que no puede escribirse, la relación sexual. El Falo como significante constituye el instrumento que articula el goce a un semblante[32], hace obstáculo a la relación entre dos polos sexuales, por lo que no puede sostenerse una bipolaridad sexual, siendo ‘hombre’ y ‘mujer’ valores sexuales asunto del lenguaje, significantes. [33]
A través del Falo y del Nombre del Padre -significantes que Lacan equipara en este Seminario- tiene lugar “la sustitución de la relación sexual por lo que se llama ley sexual.”[34] Se funda un orden, del cual el deseo es consecuencia.[35]



Fórmulas de la sexuación

Lacan escribe cuatro fórmulas, que constituyen un conjunto, recurriendo a la función matemática. Dichas fórmulas son la escritura que suple lo que no puede escribirse: la relación sexual. [36]
Desglosemos los matemas utilizados, para luego poder leer las fórmulas.
Lacan parte de la lógica aristotélica. En los “Primeros Analíticos”, Aristóteles presenta los silogismos y emplea los llamados prosdiorismos, es decir, proposiciones donde se utilizan todos, algún, un, ningún para afirmar o negar determinadas propiedades o predicados. Establece cuatro tipos de proposiciones, a saber:

Universal Afirmativa (A)
En lógica, se reemplazan los significantes por letras, por lo que puede escribirse:
Todo hombre es mortal”

Todo s es p”
Universal Negativa (E)

Ningún hombre es mortal”

Ningún s es p” o “No hay s que sea p”
Particular Afirmativa (I)

Algún hombre es mortal”

Algún s es p” o “Hay s que son p”
Particular Negativa (O)

Algún hombre no es mortal”

Algún s no es p” o “Hay s que no son p”

Luego Lacan propone pasar al uso de los llamados cuantificadores. Los cuantificadores son símbolos empleados para indicar cuántos o qué tipo de elementos cumplen con cierta propiedad. Son expresiones que indican la cantidad de veces que un predicado o propiedad P se satisface dentro de una determinada clase. Lacan prefiere llamarlos cuantores y separarlos de la idea de que indicarían una cantidad.
Hay dos tipos de cuantificadores:
·         Cuantificador universal: Es toda función proposicional precedida por el prefijo “Para todo”. Se denota con . Es un equivalente del “Todo” de Aristóteles.
·         Cuantificador existencial: Es toda función proposicional precedida por el prefijo “Existe algún x”. Se denota con .[37]

Al ubicar sobre estos símbolos una barra horizontal, se indica su negación.

La función : Cuando Lacan escribe Φ de x, se refiere a la función fálica. También manifiesta que “Φ significa la función que se llama castración”.[38] Plantea: “al semblante del falo se remite el punto pivote, el centro de todo lo que puede ordenarse y dominarse del goce sexual.[39] Lacan refiere: “creí poder plantear y escribir como en matemática la función que se constituye a partir de que existe el goce llamado goce sexual que es estrictamente lo que obstaculiza la relación sexual. Es la función Φx. El goce sexual abre para el ser hablante la puerta al goce.”[40]
Respecto al goce, Lacan sostiene: “Gozar es gozar de un cuerpo. Gozar es abrazarlo, es abarcarlo, es hacerlo pedazos. (…) Lo que expreso mediante esta notación Φx es lo que produce la relación del significante con el goce. Esto quiere decir que x no designa más que un significante. Un significante puede ser cada uno de ustedes, precisamente en el tenue nivel donde existen como sexuados. (…) cada vez que tengo que vérmelas con ese significante sexual, es decir, con eso que atañe al goce, tendré que vérmelas con Φx.” [41]
Comparto una última cita, la cual subraya que tanto hombres como mujeres, en la sexuación, se ordenan en torno a esta función: “dado que la función es precisamente única, que siempre está en juego Φ de x, se engendran la dificultad y la complicación (…) Φ de x afirma que es verdadero –tal es el sentido que tiene el término función- que lo relativo al registro del acto sexual depende de la función fálica. En la medida en que hay función fálica en juego, cualquiera que sea el lado desde el cual miremos –quiero decir, desde un lado o desde el otro-, algo nos incita a preguntar en qué difieren, pues, ambos partenaires. Eso es precisamente lo que inscriben las fórmulas que puse en el pizarrón.”[42]

Pasemos entonces a las fórmulas. Los seres hablantes pueden inscribirse de uno u otro lado, hay hombres que pueden ubicarse del lado mujer y mujeres que pueden ubicarse del lado hombre.


Del lado hombre:

 (Lo necesario).
Esta fórmula puede leerse: existe al menos uno que dice que no a la función fálica. O también: existe algún x para quien no se cumple la función fálica, la castración. Es decir, existe uno no castrado. Lacan señala cómo ese al-menos-uno no tiene por qué haber sido humano, parece jugar con el mito freudiano al decir que puede haber sido un orangután. Plantea una diferenciación entre la existencia natural y la existencia en sentido lógico. No es preciso que exista en la realidad ese al menos uno. Destaca también que se trata de un significante.
Este significante constituye la excepción necesaria para que, en su exclusión, escapando a la regla, pueda fundarla. Se requiere de una excepción, algo que quede por fuera, más allá de la función fálica, para poder fundar un universal, constituyendo el borde del conjunto en el que todo hombre queda sujeto a la castración. La excepción no contradice la regla, sino que la constituye.
Este significante excepcional es el Padre. Con el no-más-de-uno, al-menos-uno, o Uno-en-más, Lacan se aproxima de otro modo a lo que antes trabajó como significante del Nombre del Padre. Es interesante porque intenta ubicar de modo estructural, sirviéndose de la lógica matemática, aquello que Freud funda de modo mítico cuando se refiere al padre de la horda primordial.
Recordemos que el mito construido por Freud en “Tótem y tabú” pone en escena, en un tiempo inaugural, el goce absoluto de un padre. Padre de la horda primordial que gozaba de todas las mujeres, padre no atravesado por ninguna ley, sin castrar. Es asesinado por sus hijos, quienes luego lo comen en grupo, fundándose entre ellos una hermandad a partir de esta ingesta de una sustancia común. El otrora padre de la horda, en tanto padre muerto se constituye en símbolo, encarnado en el tótem. Surgen a su vez los tabúes, el ordenamiento, las licencias y las restricciones para la fratría. Ninguno de los descendientes podrá ocupar el lugar que tenía el padre primordial, no podrán matar al antepasado –encarnado en el tótem- excepto durante el ritual del banquete totémico, y no podrán mantener actos sexuales con mujeres pertenecientes a su propio grupo, identificado por el tótem. Se inaugura la ley y, con ella, la civilización.
Lacan dice: “nada puede fundarse del estatuto del hombre, visto desde la experiencia analítica, más que haciendo artificialmente, míticamente, el todohombre con aquel, supuesto, el padre mítico de Tótem y tabú, a saber, ese que es capaz de satisfacer el goce de todas las mujeres.”[43]
En esta fórmula Lacan ubica lo necesario: “es absolutamente necesario plantear que existe uno para quien la castración no se cumple. La castración, ¿qué quiere decir? Quiere decir que todo deja que desear, no quiere decir ninguna otra cosa. Para pensar eso, es decir, pensarlo a partir de la mujer, es absolutamente necesario que haya uno para quien nada deje que desear. Es la historia del mito de Tótem y tabú.”[44] “Existe al menos uno para quien no funciona este asunto de la castración. Precisamente por eso se lo inventó. Es lo que se llama Padre (…) el Padre es un mito, porque salta a la vista en efecto que Φx no anda en el nivel de Tótem y tabú. El Padre no está castrado; en caso contrario, ¿cómo podría tener a todas? ¿Se dan cuenta? Además, ellas existen en calidad de todas solamente allí, ya que a las mujeres conviene el no-todo (…) Entonces, a partir de este ‘existe uno’, en referencia a esta excepción, todos los otros pueden funcionar.”[45] “Es lo que dice, sin saber lo que dice, el proverbio La excepción confirma la regla. Es singular que solo con el discurso analítico un universal pueda encontrar su fundamento verdadero en la existencia de la excepción.[46]
“Existe uno que dice que no. Eso no es en absoluto lo mismo que negar, pero a partir de ese montaje del término unegar [uno, unir, negar] al modo de un verbo que se conjuga, podríamos proponer que, en cuanto a la función representada en el análisis por el mito del Padre, él uniega.”[47] “En el mito tiene ese correlato de todas, todas la mujeres. Esto da pie, si se siguen mis inscripciones cuánticas, para introducir una modificación. Él las une, pero no todas.”[48]

 (Lo posible).
Esta fórmula se lee del siguiente modo: para todo x se cumple la función Φ de x. Implica que para todo hombre se cumple la función fálica, la castración. Dice Lacan: “Todo hombre se define mediante la función fálica, siendo ésta estrictamente lo que obtura la relación sexual.”[49] La constitución de este universal es posibilitada, como vimos, por la excepción estatuida por el Padre. Lacan destaca que lo universal es lo posible, es decir, que todos los hombres posibles están sometidos a la castración.



Del lado mujer:

 (Lo imposible). Esta fórmula podría leerse así: no existe x que niegue la función fálica. A diferencia de la excepción a la función fálica que constituye el Padre del lado hombre, de este lado de las fórmulas de la sexuación no hay ninguna excepción, por lo tanto tampoco será posible fundar una universalidad del lado mujer. Es imposible que haya un x del lado mujer que diga que no a la castración, que pueda sostenerse en el más allá de la función fálica, porque “la esencia de la mujer no es la castración. (…) ellas no son castrables. Ya que el falo (…) ellas no lo tienen. Una vez que a partir de lo imposible como causa la mujer no está ligada esencialmente a la castración, el acceso a la mujer es posible en su indeterminación.”[50]  Esta fórmula sitúa lo imposible, y lo imposible es lo real, da cuenta de un impasse en la lógica. Lo imposible no se puede transgredir.
Del lado femenino, no hay Uno. No existe una que contradiga el dominio de la función fálica en lo que respecta a la relación entre los sexos. Dice Lacan: “solo hay no-todo. Ella es en efecto no toda. Esto no significa que ella niegue esa función, bajo ningún punto de vista”[51]. Y expresa: “En cierto nivel, aquel donde habría posibilidades de que hubiera relación sexual, no existe otra cosa que Φ de x tachado, ese hétéros en calidad de ausente.”[52] En este nivel, donde podría esperarse la relación sexual más allá de la función fálica, sólo se presenta uno de los dos sexos, no hay significante del Otro sexo. Puede pensarse que de ello da cuenta el matema S(Ⱥ).

 (Lo contingente). Esta fórmula se leería del siguiente modo: para no todo x se cumple Φx, es decir, para no toda mujer se cumple la función fálica, la castración.
Lacan manifiesta que la lógica aristotélica elude el no-todo. Y dice: “La introducción del no-todo es aquí esencial. El no-todo no es esa universal negada. El no-todo no es ninguno (…)”[53] El no-todo se introduce a partir de la no existencia de una que diga que no, a partir de la imposibilidad; a diferencia del todo que se introduce del lado hombre a partir de la necesidad del Uno.
Dice Lacan: “No todas las mujeres tienen trato con la función fálica.”[54], “¿Qué es ese no-todas? (…) al contrario de la función de la particular negativa, a saber, que algunas de ellas no lo están, es imposible extraer del no-todas una afirmación semejante. Está reservado al no-todas indicar que en alguna parte la mujer tiene relación con la función fálica, y nada más.”[55] Esta cita permite entender que no se trata de que algunas mujeres estén regidas por la lógica fálica y otras no, sino que cada mujer está no-toda bajo la égida de esta función, es decir, las mujeres no están subsumidas por entero a la lógica fálica, cada mujer no está tomada enteramente por ella. Continuemos: “El no-todas quiere decir (…) lo no imposible. No es imposible que la mujer conozca la función fálica. El no imposible ¿qué es? (…) Así como a lo necesario se oponía lo posible, a lo imposible se opone lo contingente. Lo tocante al valor sexual mujer se articula en la medida en que contingentemente la mujer se presenta como argumento de la función fálica.”[56]
Con el no-todo se niega la universalidad. Destaca Lacan que no se trata de que no haya límite en la lógica del no-todo, pero que éste se sitúa de un modo distinto al del lado macho.

Quizás ahora se pueda entender mejor por qué Lacan plantea que sólo en el mito se puede decir todas las mujeres, y ubicar al padre como el poseedor de todas ellas. En el mito aparece como necesario en tanto excepción, aquello que es imposible. El mito edípico viene a designar ese real, allí donde no se puede escribir la relación sexual, y permite conjugar deseo y ley. El mito estatuye como prohibido un goce que es imposible, da cuenta de una verdad pero con estructura de ficción -ya que la hiancia con la relación sexual persiste-. Se instaura el goce fálico. Las relaciones entre hombres y mujeres quedan falseadas, se establece un vínculo no natural, ya que “La mujer no existe.”[57], “no hay universal de la mujer.”[58] Hay mujeres, a considerar una por una. Dice Lacan: “La mujer no puede ocupar su lugar en la relación sexual, no puede serlo, más que como una mujer. Como acentué fuertemente, no hay toda mujer.”[59], “el en-sí de La mujer, como si se pudiera decir todas las mujeres, La mujer, insisto, que no existe, es justamente la letra –la letra en la medida en que es el significante de que no hay Otro, S (Ⱥ).”[60], “La mujer no es el lugar del Otro. (…) La mujer es un gozo-centro conjugado con lo que no denominaré una ausencia, sino una de-sencia. A eso se debe incluso que ella se torne no solo significante de que el Otro no está allí, de que ella no lo es, sino de que está absolutamente en otro lado, en el lugar donde se sitúa la palabra.”[61] Con Lacan, pienso que del lado mujer no se trata del Uno, sino de la inconsistencia del Otro, S(Ⱥ).

La no complementariedad entre hombre y mujer se desprende de lo que Lacan explica del siguiente modo: “Nada puede asimilar el todos a este no-todas. (…) Entre lo que funda simbólicamente la función argumental de los términos el hombre y la mujer, queda el hiato de la indeterminación de su relación común con el goce. Ellos no se definen en relación con este a partir del mismo orden.” [62] Y: “Si no hay relación entre los dos, cada uno sigue siendo uno.”[63]. La relación se establece, en cada uno, con el Falo más que con el partenaire.[64] El Φ da cuenta de la castración, siendo un significante que viene a darle nombre al neurótico, mientras que S(Ⱥ) designa la falta de significante. El Φ es una referencia, un ordenador, mientras que el S(Ⱥ), designa La mujer que no existe. En resumen, del lado hombre contamos con el significante Falo. No hay significante que, del lado mujer, se corresponda con el Falo en una relación bi-unívoca.


Del lado hombre, debajo de la barra horizontal del cuadro de las fórmulas de la sexuación, Lacan ubica los matemas del sujeto barrado y del Falo. El sujeto barrado, si bien está acompañado por el Falo, al que Lacan denomina su “doble” [65], se enlaza como pareja con el objeto a, que se encuentra del lado mujer. Se conforma así el fantasma, a través del cual aborda al partenaire.
Lacan manifiesta: “para el hombre, a menos que haya castración (…) no existe ninguna posibilidad de que goce del cuerpo de la mujer, en otras palabras, de que haga el amor. (…) el hombre —quiero decir, el que se encuentra malparado en ese lado, el macho, sin saber qué hacer, aún siendo un ser que habla—, el hombre es quien aborda a la mujer, o cree abordarla (…) Sin embargo, sólo aborda la causa de su deseo, que designé con el objeto a. El acto de amor es eso. Hacer el amor, tal como lo indica el nombre, es poesía. Pero hay un abismo entre la poesía y el acto. El acto de amor es la perversión polimorfa del macho, y ello en el ser que habla.” [66]

Del lado mujer, Lacan ubica los matemas correspondientes al objeto a, el significante de la falta en el Otro, S(Ⱥ), y escribe La mujer, tachando La para indicar que no existe. Vincula esta barradura de La mujer, con S(Ⱥ).
En el encuentro con el hombre, cada mujer ha de asumirse como objeto causa de su deseo, objeto a. Pero no está enteramente allí. Lacan señala cómo la mujer, en la relación sexual, es “radicalmente Otra” [67]. Expresa: “De la mujer nada puede decirse. La mujer tiene relación con S(Ⱥ), y ya en esto se desdobla, no-toda es, ya que, por otra parte, puede tener relación con Φ.” [68] El goce fálico, designado con Φ, se distingue del goce femenino, suplementario, designado con S(Ⱥ). Lacan plantea que la mujer es no toda fálica puesto que “ella esconde un goce diferente del goce fálico, el goce llamado estrictamente femenino, que no depende en absoluto de aquel.”[69]

¿Qué lazo, entonces, entre hombres y mujeres? Ya en el Seminario 10, Lacan planteaba que a través del amor el goce podía condescender al deseo. Y en estos seminarios más tardíos en su enseñanza nuevamente habla de amor, metáfora que viene allí donde no hay relación: “El amor es impotente, aunque sea recíproco, porque ignora que no es más que el deseo de ser Uno, lo cual nos conduce a la imposibilidad de establecer la relación de ellos. ¿La relación de ellos, quiénes? — dos sexos (…) lo que se llama el goce sexual está marcado, dominado, por la imposibilidad de establecer como tal, en ninguna parte en lo enunciable, ese único Uno que nos interesa, el Uno de la relación proporción sexual. (…) Que todo gira en torno al goce fálico, de ello da fe la experiencia analítica, y precisamente porque la mujer se define con una posición que señalé como el no todo en lo que respecta al goce fálico. Llegaría más lejos todavía: el goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano. (…) No hay relación sexual porque el goce del Otro considerado como cuerpo es siempre inadecuado —perverso, por un lado, en tanto que el Otro se reduce al objeto ay por el otro, diría, loco, enigmático.” [70]
A pesar de su impotencia para establecer una relación entre dos sexos, el amor, tiene un lugar destacado. De acuerdo con el filósofo Alain Baudiou: “En el amor se trata de saber si son capaces, de a dos, de asumir la diferencia y hacerla creadora.”, “El amor, propiamente hablando, no es una posibilidad sino, más bien, el franqueamiento de algo que puede parecer como imposible.”[71]
La relación sexual, en su imposibilidad, no cesa de no escribirse. Sin embargo, el amor, como contingencia, permite que algo cese de no escribirse, y que se sostenga la ilusión, al menos por un tiempo, de que se trata de una necesidad, de algo que no cesa de escribirse. Dice Lacan: “no hay allí más que encuentro, encuentro, en la pareja, de los síntomas, de los afectos, de todo cuanto en cada quien marca la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de su exilio de la relación sexual. ¿No quiere esto decir que sólo por el afecto que resulta de esta hiancia se encuentra algo, que puede variar infinitamente en cuanto al nivel del saber, pero que, un instante, da la ilusión de que la relación sexual cesa de no escribirse?— ilusión de que algo no sólo se articula sino que se inscribe, se inscribe en el destino de cada uno, por lo cual, durante un tiempo, tiempo de suspensión, lo que sería la relación sexual encuentra en el ser que habla su huella y su vía de espejismo. El desplazamiento de la negación, del cesa de no escribirse al no cesa de escribirse, de contingencia a necesidad, éste es el punto de suspensión del que se ata todo amor. Todo amor, por no subsistir sino con el cesa de no escribirse, tiende a desplazar la negación al no cesa de escribirse, no cesa, no cesará. Tal el sustituto que —por vía de la existencia del inconsciente, y no de la relación sexual, que son distintas— hace el destino y también el drama del amor.”[72]


“La criatura sin pene”[73] y el horror a la feminidad
Freud ubica un límite en los análisis que conduce, al que llama roca viva de la castración, bajo la forma de la envidia del pene en la mujer y del rechazo a quedar en posición pasiva ante otro hombre, en el varón. Persiste la “desautorización de la feminidad[74]. Desautorizar implica quitar autoridad, crédito y estima[75]. ¿Cómo el enigma que subsiste sobre lo femenino se expresa como desautorización, desvalorización, menosprecio e incluso horror a la mujer?

En continuidad con sus elaboraciones sobre la angustia de castración en los varones, Freud señala que el hombre, ante la falta de pene en la mujer, reacciona con “horror frente a la criatura mutilada” y/o “menosprecio triunfalista hacia ella”[76].
Pero no sólo el hombre desautoriza lo femenino, dice Freud: “Con la admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer –como cicatriz, por así decir- un sentimiento de inferioridad. Superado el primer intento de explicar su falta de pene como castigo personal, y tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y, al menos en este juicio, se mantiene en paridad con el varón.” [77]

Por lo tanto, Freud relaciona el horror a lo femenino con el horror ante la castración, y lo adjudica a los hombres, si bien en cuanto al menosprecio por lo femenino lo hace también extensivo a las mujeres. ¿Pero sería posible que el horror a lo femenino tuviese otras fuentes, más allá del complejo de castración? ¿Y cabe pensar que también algunas mujeres reaccionen ante su feminidad con angustia o incluso horror?

En su artículo sobre “El tabú de la virginidad”, Freud estudia cómo, en tribus primitivas, el horror ante un peligro que se asociaba con la desfloración de la mujer, motivaba que ésta no tuviera su primer acto sexual con el marido –como sí se valoraba que acaeciera en la época de Freud, donde la virginidad de la mujer era cuasi-exigida y sólo debía ser poseída por el hombre con quien contrajese matrimonio-. La desfloración quedaba a cargo de otros personajes, generalmente en el contexto de ritos de iniciación sexual de la mujer a realizar en la pubertad. En un intento de explicación, Freud alude, como defensa contra el sadismo, al “horror de los primitivos a la sangre, pues la consideran el asiento de la vida”[78]. Vincula el horror a la sangre también con el tabú de la menstruación, y dice: “El primitivo no puede mantener exento de representaciones sádicas el enigmático fenómeno del flujo mensual catamenial. Interpreta la menstruación, sobre todo a la primera, como la mordedura de un animal mitológico, acaso como signo de comercio sexual con ese espíritu.”[79]
A este factor del horror a la sangre, agrega Freud para explicar el tabú de la virginidad, la angustia que se siente “en todas las situaciones que se desvíen de algún modo de lo habitual, que conlleven algo nuevo, inesperado, no comprendido, ominoso {unheimlich}”[80] Finalmente, Freud hace extensivo el tabú a toda la vida sexual y plantea: “No sólo el primer coito con la mujer es tabú; lo es el comercio sexual como tal. Casi podría decirse que la mujer es en un todo tabú. Y no lo es sólo en las situaciones particulares que derivan de su vida sexual –la menstruación, el embarazo, el parto, el puerperio-, sino que aún fuera de ellas el trato con la mujer está sometido a limitaciones tan serias y profusas que tenemos todas las razones para poner en duda la supuesta libertad sexual de los salvajes.(…) Toda vez que el primitivo ha erigido un tabú es porque teme un peligro, y no puede negarse que en todos esos preceptos de evitación se exterioriza un horror básico a la mujer. Acaso se funde en que ella es diferente del varón, parece eternamente incomprensible y misteriosa, ajena y por eso hostil. El varón teme ser debilitado por la mujer, contagiarse de su feminidad y mostrarse luego incompetente. (…) Nada de esto ha caducado, sino que perdura entre nosotros.[81]
Considerar a la mujer como peligro podría deberse, en parte, a proyectar sobre ella la hostilidad. En cuanto a la desfloración, Freud plantea que al evitar que sea el marido el agente de la misma, se intenta evitar la hostilidad de la mujer, que tiende a dirigirse a aquel que la desfloró. Freud aduce algunos argumentos al respecto, tales como el dolor, la frigidez que suele experimentar la mujer en el primer encuentro sexual, el hecho de que experimenta inferioridad y también se ve afrentada por la destrucción del himen, el desengaño respecto a sus expectativas, el hecho de que el marido es sólo un sustituto del padre o hermano. Pero además de estos argumentos, Freud destaca principalmente que en el primer coito se reaniman mociones masculinas, activándose la envidia del pene. Cabe pensar, por lo que Freud dice en otros textos a los que ya nos hemos referido en este trabajo, que la reactivación de la envidia del pene también se acompaña de la reanimación de la fase preedípica y del primer lazo con la madre. Así, algo de ese vínculo conflictivo y ambivalente para la mujer se reedita con el hombre que la desflora. Ya en el texto “El tabú de la virginidad”, Freud destaca la posibilidad de que estas tendencias se agoten con ese hombre, y que, al pasar a otro, el vínculo resulte menos hostil. Dice: “la sexualidad inacabada de la mujer se descarga en el hombre que le hace conocer por primera vez el acto sexual. Pero entonces el tabú de la virginidad tiene sobrado sentido, y comprendemos el precepto de que evite tales peligros justamente el hombre destinado a mantener con esa mujer una convivencia duradera. En estadios más elevados de la cultura la apreciación de este peligro es relegada por la perspectiva de la servidumbre[82] y sin duda también por otros motivos y seducciones. La virginidad es considerada un bien al que el hombre no debe renunciar. Pero el análisis de las querellas matrimoniales enseña que tampoco en la vida anímica de la mujer de cultura se han extinguido del todo los motivos que la constreñirían a tomar venganza por su desfloración. Creo que no puede menos que llamar la atención del observador el número insólitamente grande de casos en que la mujer permanece frígida y se siente desdichada en un primer matrimonio, en tanto que tras su disolución se convierte en una mujer tierna, que hace la felicidad de su segundo marido. La reacción arcaica se ha agotado, por así decir, en el primer objeto.”[83]

En el escrito sobre “La cabeza de Medusa”, Freud equipara el terror a esta figura mitológica de lo femenino con el terror a la castración materna. Expresa: “Si el arte figura tan a menudo los cabellos de la cabeza de Medusa como serpientes, también estas provienen del complejo de castración y, cosa notable, por terrorífico que sea su efecto en sí mismas, en verdad contribuyen a mitigar el horror, pues sustituyen al pene, cuya falta es la causa del horror. (…) La visión de la cabeza de Medusa petrifica de horror, trasforma en piedra a quien la mira. ¡El mismo origen en el complejo de castración y el mismo cambio del afecto! El petrificarse significa la erección, y en la situación originaria es, por tanto, el consuelo del que mira. Es que él posee, no obstante, un pene, y se lo asegura por su petrificación. Atenea, la diosa virgen, lleva en su vestido este símbolo del horror. Y con justicia, pues eso la hace una mujer inabordable, que rechaza toda concupiscencia sexual. Deja ver, en efecto, los terroríficos genitales de la madre.”[84]

Me pregunto si lo terrorífico es la castración en la madre, o si lo que produce horror es la encarnación de La Madre, el Otro primordial completo, el retorno de la madre fálica de la infancia. ¿Es  aquello que permanece sin totalizar, sin un saber que lo cubra, que permanece como misterio, lo que se constituye en terrorífico, o es la ausencia de algo que escape a una Toda-Madre o Madre-Toda?  (…) ¿Cómo dejar espacio para el no-todo de lo femenino en ese círculo cerrado donde una mujer es toda Madre? ¿Cómo separar la mujer de la madre?
Volviendo a Freud, quiero destacar cómo, a través de la referencia a ciertas obras literarias, evoca el temor del hombre a ser castrado por la mujer. La castración se expresa simbólicamente, por ejemplo, a través de la decapitación. Compara a las mujeres con serpientes, con lo cual nos permite ubicar otro de los semblantes ofertados a las mujeres –además de la madre, y la virgen que vimos hasta aquí. En una de las obras citadas por Freud, la protagonista dice “‘Mi hermosura es la de la belladona’ (…) ‘su goce depara locura y muerte’.”[85] Podemos pensar que lo femenino aquí queda ligado también a la locura.
El goce femenino, al decir de Lacan, es enigmático y loco. A la mujer, se la difama, se la mal-dice: “Lo más famoso que de las mujeres ha guardado la historia es, propiamente hablando, lo más infame que puede decirse.”[86]
¿Puede el horror a la mujer, fundarse no sólo en que se trataría de una “criatura sin pene”, sino en que no es castrable? ¿Ese goce enigmático y loco, no regido por el falo, no podría horrorizar incluso a las mujeres mismas?

(…)

Personajes mitológicos y de leyenda, tales como la ya mencionada Medusa, la Esfinge, las sirenas, Lilith, de diverso modo, encarnan lo enigmático, fascinante y terrorífico a su vez. Es interesante, ya que sabemos que el mito viene al lugar de lo que no hay, como un modo de respuesta, de elaboración de un saber. Podría sostenerse la pregunta acerca de si estas figuras mitológicas intentan aprehender algo del misterio de lo femenino, de La mujer que no existe.

La Esfinge, mujer con cuerpo de león y alas de ave, mujer-monstruo de ascendencia divina, era considerada musa, pero también demonio que acarreaba consigo la destrucción. Estrangulaba a quienes no resolvían sus enigmas y ocasionaba mala suerte. Sófocles la denominó “cruel cantora”[87].

Las sirenas, híbridos de mujer y ave en un principio, y luego de mujer y pez, en algunas mitologías se las presenta como bondadosas, pero en su gran mayoría se las caracteriza como encantadoras que llevan a la perdición a los hombres navegantes que escuchan sus cantos. Símbolos de tentación, voluptuosidad, belleza y peligro, monstruos del mar, se las vincula a los demonios, la muerte y el más allá. Son capaces de matar a los hombres que de ellas se enamoran. La cola de pez sustituye los genitales femeninos, mientras que conserva los pechos de mujer: “las dos hijas del mar (...) eran dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual guijarros marinos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio de las hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda, de la propia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención. Tenían la voz muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora; pero no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos, y contentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos a todas las preguntas que se les dirigían.”[88]
También en el caso de la Esfinge, los genitales femeninos son sustituidos por partes de un animal.

Lilith, figura del folklore judío. La primera mujer. Creada a imagen y semejanza de Dios, a diferencia de Eva que es una mujer creada a partir de Adán, el hombre, Lilith abandonó a su marido Adán y al Edén. Según la leyenda: “Adán y Lilit nunca hallaron armonía juntos, pues cuando él deseaba tener relaciones sexuales con ella, Lilit se sentía ofendida por la postura acostada que él le exigía. «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—: yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual». Como Adán trató de obligarla a obedecer, Lilit, encolerizada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó.”[89]
Se unió a demonios, y Dios la castigó haciendo morir a cien de sus hijos por día. Refieren las tradiciones judías medievales que intenta vengarse matando a los niños no circuncidados menores de ocho días, “se convirtió en una bruja que rapta a los niños en sus cunas por la noche y se une a los hombres como un súcubo, engendrando hijos (los lilim) con el semen que los varones derraman involuntariamente cuando están durmiendo (polución nocturna). Se le representa con el aspecto de una mujer muy hermosa (…) a veces alada.”[90]

(…) Medea, bruja y hechicera, mujer perdida en su amor por Jasón, ante su abandono y por venganza, mata a los dos hijos que tuvieron en común. (…)

Féminas infames, difamadas, causa de terror. Letales, demoníacas, pero también asociadas a lo divino. ¿Qué otra vinculación posible con lo femenino que no sea el horror?

(…)

La mujer artificio

Nombres que no son, poema de semblantes,
 Presencia ausente, nada colmada de sin-razón.
Indescifrable. Enmarañada. Absurda. Secreta.


Dora soñaba con universos femeninos. Soñaba con La Mujer, y su encarnación en el “cuerpo deliciosamente blanco”[91] de la Sra. K. ¿Qué es ser una mujer? Enigma que, sin saber, la fascinaba.

Me pregunto si la presentificación de una figura que parezca encarnar La Mujer puede resultar ominosa (unheimlich). Si no fuera no existente, la mujer, ¿se correspondería con una Toda-Madre? Aparición de lo que debía permanecer oculto, en el secreto. Lo extraño en lo familiar. Más aquí no se trataría del retorno de lo reprimido, sino que propongo preguntarnos si se podría pensar en un retorno en lo real de La mujer que no existe. ¿Genera horror lo que escapa a la lógica fálico-castrado, o lo genera la desestimación del no-todo? ¿Podrían ambos causar diversos tipos de angustia?

Mujer. Abismo que se abre, la garganta de Irma en el sueño freudiano, apertura hacia lo desconocido, el horror ante lo que no se puede saber, el horror ante la locura de un goce otro.

Y tantas figuras de lo femenino en ese laberinto de espejos donde el continente negro permanece en silencio. Máscaras de lo femenino, prestas a portarse ante el enigma.  Máscaras detrás de las cuales no hay rostro. Máscaras que se constituyen en respuestas posibles, pero que, a su vez, en ocasiones, operan como significantes-amo que conminan a padecer.
Tantos cuentos de princesas y brujas, ninfas, sirenas, hadas, amazonas, madres, vírgenes, santas, monjas, putas, viudas negras, mosquitas muertas, femme-fatales, víboras… Tantos semblantes se ofrecen desde lo social-histórico-cultural, para dar una respuesta a través del significante a aquello que no existe. Porque La Mujer no existe, aunque muchas, en la histeria, crean que alguna es la excepción. Y el Falo, si bien regula la sexuación para machos y hembras, nunca lo hace del todo.
Renunciar a la pretensión del todo es ingresar en otra lógica, tan inquietante como lo desconocido. Una apertura a la lógica del no-todo quizás suponga divertir[92] esos significantes y no quedar atadas a uno sólo de ellos, para poder jugar con las máscaras, sabiendo que ninguna fija nuestro ser. Saber hacer con el no-todo de las respuestas, para que, cada mujer, una a una, pueda inventar un modo de asumir la feminidad, y así constituirse como mujer-artificio.

El término ‘artificio’ proviene del latín artificium y significa “resultado de hacer arte”[93]. Según el Diccionario de la Real Academia Española, sus acepciones son las siguientes: 

1.      Arte, primor, ingenio o habilidad con que está hecho algo.
2.      Predominio de la elaboración artística sobre la naturalidad.
3.      Artefacto: objeto construido para un determinado fin.
4.      Disimulo, cautela, doblez.[94]

Propongo denominar mujer-artificio a la construcción que vendría a suplir a La Mujer que no existe. Quisiera resaltar la dimensión de invención y creación artística que supone, en oposición a una supuesta naturalidad, tratándose de una construcción que puede emparentarse también con la noción de mascarada femenina de Lacan. Si bien en Lacan la mascarada es atribuida a la histeria y sigue teñida por la lógica fálica, ¿podría ser de otro modo?
Una posible connotación de la dimensión de la máscara sería la de disimulo -que se incluye entre las acepciones del término artificio-. Sin embargo, considero que no se trataría de resaltar en ello una especie de engaño malintencionado, sino una duplicidad inevitable en tanto la mujer no toda es.


Luciana Ujidos
Julio-Agosto 2016

Contacto: lucianaujidos@gmail.com / 1556996690





BIBLIOGRAFÍA

ANÓNIMO. Las mil y una noches.  Cuento: La ciudad de bronce. Versión castellana de Blasco Ibáñez.

BAUDIOU, A. (2008). Elogio del amor. Café Voltaire. Flammarion. Versión digital.

CORS ULLOA, R. “Lacan en femenino”. Revista Virtualia N°27. Artículo extraído de Internet:

D'ANGELO, L. “De máscaras, postizos y semblantes”. Revista Radar N°37. Enero 2010.
Artículo extraído de Internet:

FREUD, S. (1976). Fragmento de análisis de un caso de histeria (1901). Obras Completas. Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). Tótem y tabú (1913-1914). Obras Completas. Tomo XIII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). Lo ominoso (1919). Obras Completas. Tomo XVII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). Capítulo IV en Freud, S. ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial (1926). Obras completas. Tomo XX. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). “La cabeza de Medusa (1922)” en Freud, S. Escritos breves.  Obras completas. Tomo XVIII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III) (1917). Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la sexualidad) (1923). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). El sepultamiento del complejo de Edipo (1924). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). Sobre la sexualidad femenina (1931). Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). “Conferencia 33: La feminidad” en Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). Capítulo VIII en Freud, S. Análisis terminable e interminable (1937). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

FREUD, S. (1976). Capítulo VII en Freud, S. Esquema del psicoanálisis (1938). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

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LACAN, J. El Seminario. Libro 4. La relación de objeto. Editorial Paidós.

LACAN, J. El Seminario. Libro 5. Las formaciones del inconsciente. Editorial Paidós.

LACAN, J. El Seminario. Libro 18. De un discurso que no fuera del semblante. Editorial Paidós.

LACAN, J. El Seminario. Libro 19. …o peor. Editorial Paidós.

LACAN, J. El Seminario. Libro 20. Aún. Versión digital.

MARCOS CASQUERO, MANUEL-ANTONIO (2009). Lilith. Evolución histórica de un arquetipo femenino. Universidad de León.

MASSOTA, O. (2010). Lecturas de psicoanálisis. Freud, Lacan.  1ª ed. 7ª reimp. –Buenos Aires: Paidós.

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SÓFOCLES. Edipo Rey. Versión online.


OTRAS FUENTES:
Sitio de internet del Diccionario de la Real Academia Española: http://dle.rae.es/

Sitio de internet: http://es.slideshare.net/Elisa GomezOrosco/lógica-y-conjuntos-7888366.

Sitio de internet: https://es.toluna.com/opinions/906362/%C2%BFPor-qu%C3%A9-%C3%81frica-se-le-llama-el-continente-negro


REFERENCIAS:


[1] Referencia a la clase que dictó en el marco del Curso de Postgrado “Elaboraciones Psicoanalíticas sobre la Adolescencia”, el día 01/08/16, "Lo que el cuerpo adolescente enseña sobre el cuerpo".
[2] “Así el miedo a lo desconocido está detrás del Dark Continent, traducido al español por continente negro.” Fuente: https://es.toluna.com/opinions/906362/%C2%BFPor-qu%C3%A9-%C3%81frica-se-le-llama-el-continente-negro
[3] FREUD, S. (1976). Capítulo IV en Freud, S. ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial (1926). Obras completas. Tomo XX. Buenos Aires: Amorrortu editores. Pp.:198-199.
[4] Otras acepciones del término ‘misterio’ se refieren a la utilización de la palabra en el contexto de la religión, especialmente en el cristianismo. Si bien lo religioso y lo místico son diversos, cabe tener en cuenta que Lacan al tratar el tema del goce femenino tiene en cuenta el goce de las místicas. De todos modos, esta temática excede a este trabajo.
[5] CORS ULLOA, R. Lacan en femenino.
[6] FREUD, S. (1976). Capítulo VII en Freud, S. Esquema del psicoanálisis (1938). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 188.
[7] FREUD, S. (1976). La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la sexualidad) (1923). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 146.
[8] MASSOTA, O. (2010). Lecturas de psicoanálisis. Freud, Lacan.  1ª ed. 7ª reimp. –Buenos Aires: Paidós. Extraídos de: http://www.saludypsicologia.com/posts/view/84/name:Lecciones-de-introduccion-al-psicoanalisis-VII-parte
[9] FREUD, S. (1976). La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la sexualidad) (1923). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 148-149.
[10] FREUD, S. (1976). La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la sexualidad) (1923). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 148-149.
[11] FREUD, S. (1976). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 276. El destacado es mío.
[12] FREUD, S. (1976). “Conferencia 33: La feminidad” en Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 108.
[13] FREUD, S. (1976). “Conferencia 33: La feminidad” en Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 108. El destacado es mío.
[14] Freud emplea el término desarrollo en repetidas ocasiones, lo cual podríamos interrogar.
[15] FREUD, S. (1976). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 270.
[16] FREUD, S. (1976). “Conferencia 33: La feminidad” en Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu editores. Pp. 111-112.
[17] FREUD, S. (1976). El sepultamiento del complejo de Edipo (1924). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 186.
[18] FREUD, S. (1976). Capítulo VII en Freud, S. Esquema del psicoanálisis (1938). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 192.
[19] Podría establecerse aquí un enlace con la noción lacaniana de mascarada femenina.
[20] FREUD, S. (1976). Sobre la sexualidad femenina (1931). Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 233.
[21] FREUD, S. (1976). Sobre la sexualidad femenina (1931). Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 231.
[22] FREUD, S. (1976). Análisis terminable e interminable (1937). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 252.
[23] “Cuando uno ha perdido un objeto de amor, la reacción inmediata es identificarse a él, sustituirlo mediante una identificación desde adentro, por así decir. Este mecanismo acude aquí en socorro de la niña pequeña. La identificación-madre puede relevar ahora a la ligazón-madre. La hijita se pone en el lugar de la madre (…) quiere sustituirla al lado del padre, y ahora odia a la madre antes amada, con una motivación doble: por celos y por mortificación a causa del pene denegado. Su nueva relación con el padre puede tener al principio por contenido el deseo de disponer de su pene, pero culmina en otro deseo: recibir el regalo de un hijo de él. Así, el deseo del hijo ha remplazado al deseo del pene o, al menos, se ha escindido de este.” FREUD, S. (1976). Capítulo VII en Freud, S. Esquema del psicoanálisis (1938). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 193.
[24] FREUD, S. (1976). El sepultamiento del complejo de Edipo (1924). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 184.
[25] FREUD, S. (1976). Capítulo VII en Freud, S. Esquema del psicoanálisis (1938). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 194.
[26] FREUD, S. (1976). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 276.
[27] FREUD, S. (1976). “Conferencia 33: La feminidad” en Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P.119.
[28] FREUD, S. (1976). “Conferencia 33: La feminidad” en Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Obras Completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P.117.
[29] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. PP. 155-156. El destacado es mío.
[30] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 154. El destacado es mío.
[31] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 161. El destacado es mío.
[32] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. PP. 33-34.
[33] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 62. Y LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 38 y P. 40.
[34] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 63.
[35] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 212.
[36]LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 30 y P. 136.
[37] Fuente sobre cuantificadores: http://es.slideshare.net/Elisa GomezOrosco/lógica-y-conjuntos-7888366.
[38] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 32.
[39] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 157. El destacado es mío.
[40] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 31. El destacado es mío.
[41] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. Pp. 31-32. El destacado es mío.
[42] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 98. El destacado es mío.
[43] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 132.
[44] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 203.
[45] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. Pp. 35-36. El destacado es mío.
[46] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 105. El destacado es mío.
[47] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 209.
[48] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 210.
[49] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 43.
[50] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 45.
[51] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 202.
[52] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P.102.
[53] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 14.
[54] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 45.
[55] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. Pp. 43-44.
[56] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 46.
[57] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 69.
[58] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 64.
[59] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 131.
[60] LACAN, J. El Seminario. Libro 18. P. 101.
[61] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 202.
[62] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 44.
[63] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 154.
[64] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 69.
[65] LACAN, J. El Seminario. Libro 20.
[66] LACAN, J. El Seminario. Libro 20.
[67] LACAN, J. El Seminario. Libro 20.
[68] LACAN, J. El Seminario. Libro 20.
[69] LACAN, J. El Seminario. Libro 19. P. 101. El destacado es mío.
[70] LACAN, J. El Seminario. Libro 20.
[71] BAUDIOU, A. Elogio del amor. P. 18 y P. 21.
[72] LACAN, J. El Seminario. Libro 20.
[73] FREUD, S. (1976). Sobre la sexualidad femenina (1931). Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 233.
[74] FREUD, S. (1976). Análisis terminable e interminable (1937). Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 252. El destacado es mío.
[75] Diccionario de la Real Academia Española - http://dle.rae.es/
[76] FREUD, S. (1976). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 271.
[77] FREUD, S. (1976). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925). Obras Completas. Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 272.
[78] FREUD, S. (1976). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III) (1917). Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 192.
[79] FREUD, S. (1976). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III) (1917). Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 193. El destacado es mío.
[80] FREUD, S. (1976). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III) (1917). Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 193.
[81] FREUD, S. (1976). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III) (1917). Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 194. El destacado es mío.
[82] Aquí Freud se refiere a lo que Krafft-Ebing denomina servidumbre sexual: dependencia que se genera en una persona –más en las mujeres- respecto a aquella otra persona con quien tiene comercio sexual.
[83] FREUD, S. (1976). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III) (1917). Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 201. El destacado es mío. Considerar la sexualidad de la mujer como inacabada porque es una “criatura sin pene”, donde, con Lacan podemos decir que la lógica fálica introduce en lo real, desde lo simbólico, el prejuicio de que tendría que tenerlo, y por tanto la priva de pene, no es lo mismo que leer este inacabada, ya no en términos de privación sino en términos de destotalización, como hace Lacan cuando ubica la lógica de lo femenino en relación al ‘no-todo’.
[84] FREUD, S. (1976). “La cabeza de Medusa (1922)” en Freud, S. Escritos breves.  Obras completas. Tomo XVIII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 270.
[85] FREUD, S. (1976). El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor, III) (1917). Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 202. Referencia a la obra “Judith und Holofernes”.
[86] LACAN, J. El Seminario. Libro 20.
[87] SÓFOCLES. Edipo Rey.
[88] Las mil y una noches, versión castellana de Blasco Ibáñez. Cuento: La ciudad de bronce.
[89] Graves, Robert y Raphael Patel, Los mitos hebreos [Hebrew Miths: The Book of Genesis, 1964]. Madrid: Alianza Editorial, 2000.
[90] Marcos Casquero, Manuel-Antonio: Lilith. Evolución histórica de un arquetipo femenino, Universidad de León, 2009. 440 pp.
[91] FREUD, S. (1976). Fragmento de análisis de un caso de histeria (1901). Obras Completas. Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu editores. P. 55.
[92] Alusión a lo lúdico y al despliegue de diferencias y variaciones. Divertir: término que deriva del latín divertĕre 'llevar por varios lados'. Fuente: Diccionario de la Real Academia Española - http://dle.rae.es/
[93] Fuente: http://etimologias.dechile.net/?artificio
[94] Fuente: Diccionario de la Real Academia Española: http://dle.rae.es/